Mientras se discute sobre películas sin espectadores, decretos y los cambios en la política de subsidios a la producción, se confirma que el festival volverá el 22 de noviembre y se dan a conocer cambios en la política de cuota de pantalla. En diálogo con TN Show, representantes del instituto de cine y productores analizan estas novedades.
“Se ha decidido terminar con este delirio”, dijo en estos días el vocero presidencial Manuel Adorni, anunciando los cambios contenidos en el decreto 662/24. Y agregó: “Vamos a dejar de financiar películas que sean fracasos comerciales”. Así, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) volvía a convertirse en noticia y trending topic.
El organismo, que hoy dirige el economista Carlos Pirovano, redujo su planta a la mitad, se deshizo de varias sedes y ahora da a conocer cambios en las formas y montos de los subsidios a la producción: no podrán exceder el 20 por ciento del Fondo de Fomento Cinematográfico, ni significar más de la mitad del costo total de la producción.
Leé también: Poca producción nacional y una baja histórica en el consumo: el complejo panorama del cine en la Argentina
Otras de las novedades, confirmadas a TN por altas fuentes del instituto, son la confirmación de la continuidad del Festival de Cine de Mar del Plata, el próximo 22 de noviembre, que pronto anunciará a sus directores artísticos: un periodista argentino que lleva años en Los Ángeles, donde organiza una entrega anual de premios, y un productor y escritor que lideró áreas de desarrollo de proyectos de ficción en Fox. Ellos reemplazarán a Fernando Juan Lima y a Pablo Conde.
En tanto, el festival, único clase A de la región, se realizará en conjunto con la ciudad de Mar del Plata: el INCAA estará a cargo de la artística y la ciudad —en la que ni siquiera suele haber cartelería de vía pública que anuncie la presencia del festival de cine para los no enterados—, de la logística. En la última edición, abrió como un acto político partidario, con Sergio Massa como orador, en plena campaña electoral, luego de tomarse una foto colectiva con realizadores y actores en las escalinatas del Hotel Provincial.
Los anuncios del decreto, el tono en el que se difundieron, y la insistencia en resaltar las películas con poco público generaron intensos debates y críticas desde el sector. En sus conferencias, el portavoz del Gobierno mencionó ejemplos de films con pocos espectadores y volvió a aparecer el de Camuflaje, de Jonathan Perel, ya señalado en un artículo del diario La Nación de enero pasado (El Incaa gasta más en burocracia que en hacer películas), que retuiteó el expresidente Mauricio Macri y varios dirigentes actuales.
Camuflaje es un film que descubre, para muchos espectadores, el universo de Campo de Mayo, la mayor unidad militar de la provincia de Buenos Aires. El lugar al que se muda el protagonista, el escritor Félix Bruzzone, ignorando entonces que allí estuvo secuestrada su madre durante la última dictadura. Mientras se acerca a los vecinos de ese enorme y particularísimo espacio, un enorme parque natural cargado de historia pesada.
“Entiendo que decir que la película hizo 15 espectadores (datos de una función en un cine de Córdoba) genere titulares, pero no resiste el menor análisis. Es un error de criterio, malintencionado, evaluar si una película es buena, mala o merece existir en función de cuántos tickets vendió en sala, cuando todos sabemos que las películas se consumen en distintos lugares”, dice a TN Carlos Chernov, productor del film.
Y añade: “En el caso de ‘Camuflaje’, estuvo en entre 25 y 30 festivales de cine grandes: Berlín, Visions du Reel (Suiza), IDfa (Países Bajos) o el Bafici porteño, con todas las funciones a sala llena y donde ganó un premio. Obviamente, no pretende ser una película popular, es más autoral, está en otro campo semántico, e internacionalmente le fue muy bien. Hay que apoyar distintos tipos de cine, películas grandes y pequeñas. Si serán exitosas en términos de taquilla pertenece ya a la futurología. Pero estamos en manos de gente que no es de la actividad, ni está detrás de fomentarla, lamentablemente”. Camuflaje obtuvo, en su momento, el financiamiento del programa Vía Digital, para documentales, que el actual instituto va a mantener.
La gente del INCAA dice que la ley de cine es clara. “Estableció que el subsidio se otorgaba en relación con la audiencia como un porcentaje de la taquilla y hasta el costo de producción. Esto es así porque es una ley industrial, que premia el éxito y, en consecuencia, la aprobación de la audiencia. Justamente, la aparición de los videoclubes y un párrafo en la ley que habla de ‘otros medios de exhibición’ dio pie para la creación de un subsidio de ‘medios electrónicos’ que es un monto fijo y que no tiene relación con la visualización del producto. Estamos desarrollando un sistema de concursos que va a permitir financiarlas casi en su totalidad, pero compitiendo entre ellas. Lo que no va a existir más es el que una película cuente con financiación sin una evaluación competitiva”, dicen a TN desde el instituto.
El cruce público de ideas acerca de lo que debe apoyarse o no, en función del potencial interés de las audiencias en sus contenidos, amenaza la continuidad de una cinematografía diversa, según muchas voces del sector que se expresan en estos días. Vale decir también que muchas de esas voces guardaron silencio en el último tiempo frente a lo que ahora señalan como un sistema perfectible o con mucho por mejorar.
“Esta idea del cine sin espectadores es una falacia, utilizada muy mal por el gobierno, sus voceros y seguidores en redes. Porque no se cuentan así las películas, sino que se estructuran en relación con los espectadores de salas, de la tele, de los festivales, y a la vez es un hecho artístico, cultural, no solo económico pero también económico, que tiene otros avatares. La de los pocos espectadores es la visión más plana, más chata y más llena de prejuicios. Es injusto pensar a las películas en términos de espectadores y no de su valor cultural, de su valor de marca país, de lo que transmite, de la generación de empleo, de la capacidad de trabajo y valor agregado”, analiza Vanessa Ragone, productora de, entre muchas otras, la ganadora del Oscar El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella.
Consultada por las modalidades de otros países, dice Ragone: “Desde Francia a Corea del Sur, pasando por todos los estados de los Estados Unidos, Brasil, Colombia, Perú, Alemania, Noruega, hay institutos parecidos al INCAA cuya misión es fomentar películas que no tienen necesariamente que ser taquilleras, sino que generan innovación, que dan nuevas voces, que hacen adelantar el cine. ¿Quién podría decir que no habría que fomentar une película de (Jean-Luc) Godard? Y quizá no hacía muchos espectadores. Y, sin embargo, la historia del cine cambió antes y después de Godard, antes y después de Orson Welles”.
Para Ragone, la razón funcional, natural de un instituto de cine es financiar todo tipo de proyectos: primeras películas, de realizadores de otras provincias con menos acceso a otro tipo de recursos. “Creo que la voluntad de este decreto, de los funcionarios, es darnos la sensación de que el instituto no tiene razón de ser y finalmente propender a cerrarlo, como intentaron hacer al comienzo cuando mandaron la Ley de Bases con el instituto como un organismo a eliminar”, indica.
En tanto, las fuentes del INCAA aseguran que están trabajando para retomar concursos como, precisamente, el de óperas primas, semillero de nuevos talentos emergentes, que se realizó por última vez hace cuatro años, durante la gestión de Ralph Haiek, bajo la presidencia de Macri.
“Nosotros estamos trabajando para que el corazón del INCAA, la promoción o fomento, se optimice y funcione mejor. La ley es muy clara, vincula la producción a las audiencias, y estamos cumpliéndola. No estamos haciendo reduccionismo, sino señalando que el sistema, tal como venía funcionando, hacía que muchas veces no importara mucho si un film era visto o no; en muchos proyectos nadie se preocupaba demasiado por la llegada al público. Cuando planteamos seleccionar proyectos que presentaran contenidos potencialmente comerciales e interesantes nos dijeron que era meritocracia y que estaba mal porque todos merecían la misma ayuda”, dicen a este medio desde el organismo.
Otro asunto que desmienten es el de la eliminación de la cuota de pantalla para el cine argentino. La idea, precisan, es “incentivar la proyección de películas nacionales desde la libertad y el propio negocio”: “No vamos a ser policías que obliguen a los exhibidores a perder dinero. Tampoco creemos en que ‘Intensamente 2’ es malo porque los tanques acaparan las salas e impiden que las películas valiosas lleguen a su público, al que hay que educar porque no sabe elegir lo que es bueno. Creemos que los exhibidores deben ser libres de hacer lo que mejor crean para su negocio, pero también en que las películas argentinas tengan un espacio para encontrarse con su público. Entonces, los exhibidores que renuncien al cumplimiento de la cuota de pantalla, deberán pagar por ello. Con ese dinero, se rentabilizará a quienes opten por cumplir con la cuota, y tener tanto ‘Intensamente 2’ como un film argentino bien exhibido y publicitado”.
Para muchos, parece claro que hay un rédito político en la visibilización de los recortes al INCAA apoyado por cierta opinión pública en la que se ha instalado una imagen negativa. “Se ha creado un discurso de odio alrededor del cine, la actividad audiovisual y los actores K”, sostiene Ragone. “Toda una cantidad de tonterías: ningún actor cobra del instituto de cine; los que cobramos, cuando cobramos, cuando hacemos películas, luego de rendir nuestros gastos, somos los productores”.
“No hay ningún acceso por ideología, eligen (los proyectos) jurados imparciales, y eligen porque los proyectos son solventes —continúa—. Eso hace que el instituto sea tan interesante como institución. Todo esto de los actores k, del desprecio, del cine que no ve nadie, es algo que se ha ido produciendo como discurso de odio, que además produce algo intangible: ‘me gusta, no me gusta, lleva gente a la sala o no’. Y en esa precariedad conceptual se dirime toda la cuestión. Pero la industria del cine es poderosa, genera más de 70 mil puestos de trabajo anuales, genera ingresos. El tiempo dirá. Es un momento oscuro para nuestro cine. Habrá que esperar a ver cómo entiende la gente qué es perder un valor cultural, perder parte de la identidad, perder, en definitiva, soberanía cultural”, concluye.