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Una mañana diferente: cómo correr la Maratón de Buenos Aires en la piel de Forrest Gump

Dejé mi auto en un improvisado estacionamiento frente al monumento de Miguel de Güemes, entre Figueroa Alcorta y Lugones, y cuando me bajé apareció un trapito que me dio la primera señal positiva: “Son cinco lucas, Forrest, si no tenés efectivo te paso el alias de Mercado Pago”. Mi preocupación era que el atuendo que intentaba copiar el look de Forrest Gump no se ajustaba en detalle al que presentaba el personaje en la película de Tom Hanks al momento que empecé a correr la Maratón Buenos Aires 42K, el domingo pasado. Mi camisa a cuadros era más oscura, y el pantalón pinzado lo reemplacé por uno del mismo color, pero más suelto, porque uno de gabardina hubiese sido difícil de soportar durante 42 kilómetros y cuatro horas en la húmeda Buenos Aires.

A los pocos metros de arrancar caminando hacia la largada terminé de confirmar que mi interpretación estaba bien lograda. Un grupo de chicos que salía de un boliche se paró frente a mí y uno gritó: “¡Vos sos Forrest Gump! ¡Alto cosplay!” Primera prueba superada. Ahora faltaba vencer mi segundo miedo. La maratón es una prueba dura que requiere mucha preparación y los que participan se lo toman realmente en serio. Mi temor era que alguno de los participantes malinterpretara mi intención y pensara que al correr disfrazado estaba subestimando la carrera. Nada de esto pasó. Miradas cómplices, sonrisas y pulgares en alto fueron las señales definitivas de que iba a vivir una mañana diferente.

El paso de Nardillo por el Obelisco durante la Maratón de Buenos Aires

Cuando llegué a la zona de largada, que se ubicó entre Dorrego y Figueroa Alcorta, me encontré con Fernando y Maxi, dos amigos con los que arrancamos juntos pero que me abandonaron a los pocos metros porque ellos tenían un mejor ritmo y un plan de carrera que yo no iba a poder seguir. La maratón es implacable: si te equivocás y arrancás más rápido de lo que son tus posibilidades físicas, la carrera te lo factura y con intereses. Elegí correr a 5 minutos y 20 segundos cada kilómetro y disfrutar del aliento que me llegaba de los costados, porque el “Corre, Forrest, corre” me acompañó durante toda la prueba.

Durante la carrera se acercaron muchísimos corredores que me pidieron que los acompañara en fotos, videos y vivos de Instagram. Envié saludos a gente de Costa Rica, Perú, Chile, Brasil y me alentaron con mucho ingenio. El que más me gustó fue un tucumano que me dijo: “¡Que se cague la Jenny, mira lo que se perdió por no querer casarse con vos!”

Perdí la cuenta de cuántos puestos de agua y bebida isotónica hubo, pero no me salté ninguno. Confirmé que la mejor combinación para correr son pantalones cortos o calza y una remera liviana. A los pocos kilómetros, mi atuendo fue perdiendo el brillo y la traspiración se convirtió en agua que drenaba por todo mi cuerpo. Intenté mantener el último botón de la camisa abrochado respetando esa marca registrada del personaje oriundo de Alabama, pero luego de cruzar el Obelisco, cerca del kilómetro 20, decidí traicionar lo que me había planteado como un principio irrenunciable sin tener en cuenta que me esperaban los 25 grados y la altísima humedad de la primavera porteña.

Rodrigo Nardillo, de 57 años, con un grupo de competidores por las calles de Buenos Aires

Durante las cuatro horas de carrera mantuve cortas conversaciones con muchos corredores y la pregunta recurrente fue: “¿Por qué corrés disfrazado de Forrest Gump?”. Mi respuesta lacónica siempre fue la misma, copiando al personaje, que ante el grupo de periodistas que le preguntan en la película porque está corriendo, mientras cruza Estados Unidos de costa a costa, él responde: “porque tenía ganas”.

Después de cruzar la Bombonera, en el kilómetro 30 la carrera se me complicó. La alegría inicial, las fotos y los saludos quedaron en segundo plano. Mi respuesta a los “Corre, Forrest, corre” que surgían de los espectadores ya era un simple pulgar en alto y una sonrisa forzada. Un gran corredor y periodista, el Colo Mourglia, dice que el maratón son 32 kilómetros de entrada en calor y que la verdadera carrera son los 10 finales. Esta máxima es una gran verdad y mis últimos 10.000 metros fueron un sufrimiento.

Buscando excusas para mi pobre desempeño responsabilicé al calor y la humedad que, combinados con mi inoportuno atuendo, no fueron la indumentaria ideal, pero la verdadera razón de lo mal que la pasé en la última parte de la carrera fue el tiempo… de vida. Tengo 57 años y corro desde los 40, pero en los últimos años mi desempeño fue mermando a pesar de que mantengo una obstinada y desigual lucha contra el paso del tiempo.

El paso de Nardillo por la Bombonera, como Forrest Gump

Mi gran aliada para sostener un ritmo cansino e intentar no caminar fue mi compenetrada interpretación de Forrest Gump. Cada vez que intentaba detener el paso, desde algún rincón, alguien me gritaba y me interpelaba de nuevo con un “Corre, Forrest, corre” que me obligaba a ponerme en la piel del personaje y sostener la marcha. En mi lucha contra el cansancio me imaginaba la patética imagen de un señor en camisa y pantalón empapado y disfrazado de Forrest Gump caminando. Lo contradictorio de la imagen me ayudó como fuente de energía para sostener el paso y cruzar el arco de llegada en algo más de 4 horas, por lejos la peor marca de las 27 maratones que corrí, pero sin dudas la que más disfruté.

En la película, Forrest Gump comenzó a correr cuando un grupo de chicos lo hostigaban y se burlaban de él por los aparatos que debía usar para caminar. Jenny lo alienta a que corra para escapar de sus agresores y allí nació la frase que se repetiría durante la película, y luego millones de veces alrededor del mundo: “Corre, Forrest, corre”. Durante el film, el personaje cuenta que siempre corrió simplemente porque le gustaba, o porque tenía ganas, aunque una segunda lectura deja claro que fue el camino que eligió para escapar de situaciones incómodas o de momentos de tristeza, como el que precedió a su largo recorrido de costa a costa por Estados Unidos.

Igual que Forrest, los corredores afirmamos que corremos porque nos gusta o porque tenemos ganas, aunque sin saberlo y sin ganas de confesarlo, detrás de esta obsesiva manía de poner un pie delante del otro, lo más rápido posible, siempre hay mucho más que simples ganas.

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