Pablo D’Ors pasará unos días en un retiro en la provincia de Córdoba. Antes de introducirse en el silencio serrano, este hombre mezcla de cura y pensador comparte algunos pensamientos sobre el destino de las personas y cómo interpreta a los argentinos.
El sacerdote y fundador de la red de meditadores «Amigos del desierto», es uno de los grandes autores bestsellers del planeta. Su ensayo «Biografía del silencio», superó los 300.000 ejemplares vendidos, y ya se considera un clásico de la meditación.
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Su manera de ver la vida, considera que siempre estamos pendiente de lo que viene cuando «la verdadera fuerza y motivación para encontrar el propósito de vida provienen de nuestro yo profundo, que en el catolicismo se llama el alma». Explica que «solemos vivir desde la mente o el cuerpo» cuando deberíamos «beber del propio pozo», donde habita la sabiduría.
D’Ors considera que las grandes personas rompen moldes porque «viven auténticamente», lo que implica salirse de cualquier patrón preestablecido. Según su punto de vista, no salirse de un lineamiento es un signo de una vida inauténtica o, al menos, de una vida que no se ha desarrollado o desplegado plenamente.
– Juan Bernaus: Estamos cerca de fin de año, época de balance personal. Nos sentamos a meditar y en qué debemos concentrar nuestros pensamientos…
– Pablo D’Ors: Más que los pensamientos, lo que habría que concentrar es la energía. Creo que no necesitamos pensar más, sino pensar mejor y acaso pensar menos y hacer más silencio. Por tanto, yo hablaría de concentración, pero no de pensamiento, sino de energía, de poner foco, poner intención ¿no? El fin de año es un momento para el examen de conciencia, pero no un examen de conciencia como estamos habituados, de carácter analítico, siguiendo la línea de San Ignacio, sino un examen de conciencia de carácter sintético. Por tanto, no con las palabras, sino más bien con el silencio. Las palabras necesariamente nos hablan de multiplicidad, de pluralidad. El silencio nos habla de síntesis y de simplicidad, necesitamos simplicidad para tener claridad.
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– JB: Usted hace mención de la búsqueda del «fin» o la «tarea» de una persona. Esa búsqueda puede ser infinita y quizás nunca se logre ¿Qué se hace en el mientras tanto? ¿Dónde se saca la fuerza o la motivación?
– PO: Pues las fuerzas o la motivación las podemos sacar solamente de una fuente que es nuestro yo profundo. Lo que en el catolicismo se llama el alma. Es decir, solemos vivir desde la mente o desde el cuerpo, desde los instintos o desde las ideas, y, sin embargo, estamos llamados a que mente y cuerpo sean regidos por el yo profundo, por el alma. Que habla no tanto a través de las argumentaciones o a través de los impulsos, sino más bien de las intuiciones. Y, por tanto, podemos beber del propio pozo, que es donde habita la sabiduría. Desde esta visión, digamos, profundamente espiritual que yo tengo, que tiene realmente la tradición cristiana, pues el reino está dentro de nosotros. Se trata de tener una práctica de desegocentración o desegocentrada, para poder habitar en ese territorio y que de ahí, pues nos va a venir no solamente las fuerzas, sino cuál es la tarea que tenemos que desempeñar, cuál es el fin. Porque una cosa es lo que uno piensa que cree que le gustaría hacer y otra cosa es lo que realmente estamos llamados a hacer, que rara vez suele coincidir.
– JB: Qué pasa si esa tarea no es la deseada… Si uno aspiraba a otra cosa…
– PO: Si uno esperaba otra cosa, pues normalmente es bastante habitual que nos cueste dar con aquello para lo que hemos venido a este mundo, para ir cumpliendo aquello que Dios había pensado para nosotros. A mí, en este sentido, de cara a esa tarea que estamos llamados a cumplir, me ayuda a diferenciar entre función, misión y destino. La función es lo que hemos de hacer para ser independientes económicamente, para poder sobrevivir. Suele coincidir, pues, evidentemente, con el trabajo, con el empleo, con la tarea, con intentar no ser gravosos económicamente para los demás; la visión es lo que hemos venido a hacer a este mundo para los demás, pues no tiene que ver con el servicio; y, el destino, es para lo que hemos venido a este mundo para aprender nosotros. En general es fácil diferenciar entre una cosa y otra porque la función apunta a nuestra capacidad de autoabastecernos, mientras que la misión suele ser algo que nos agrada y el destino suele ser algo que nos cuesta. En la medida en que vivimos con esta claridad de que es función, que es misión y que es destino, pues las cosas empiezan a ser más fáciles, ¿no?
– JB: ¿Cómo ve a los argentinos? Siempre buscando soluciones para el día a día
Los veo como genios frustrados (risas). Es decir, yo creo que este pueblo argentino, por el cual tengo una clara predilección, es un pueblo muy genial, eso es indudable. Pues también ahí hay un flujo, una afinidad con el pueblo italiano, claramente. Pienso que también hay dentro de esa genialidad exabruptos, digamos dificultades, obstáculos. Yo creo que con mirar al pueblo italiano se comprende profundamente como es también el pueblo argentino.
– JB: ¿Cómo se logra mirar o proyectar más allá de mañana?
– PO: Esta pregunta me parece particularmente importante porque evidentemente hemos de mirar mucho más allá siempre. O sea, que el ser humano empieza a vivir a la medida de sí mismo, en la medida en que su visión es de águila y no de ave de corral. Normalmente, somos bastante estrechos, mezquinos y no soñamos con cosas grandes. No porque lo pequeño no tenga valor, sino porque lo grande se construye a partir de lo pequeño, como es evidente. Yo suelo decir que es importante tener un camino. Tener un camino es la manera de mirar o proyectar más allá. Porque un camino es suelo bajo tus pies, pero también un horizonte al que tender. Y solamente si tenemos suelo bajo nuestros pies y sabemos cuál es el siguiente paso que tenemos que dar y hacia dónde, tenemos ese horizonte, ese ideal y la realidad. De lo contrario, pues estaremos perdidos, en cuyo caso ya no seremos peregrinos, sino simplemente vagabundos que están por aquí, pero sin saber hacia dónde se encaminan, desubicados
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– JB: Usted sale de lo común de los curas o párrocos tradicionales ¿Por qué?
– PO: En realidad, yo pienso que toda persona que vive auténticamente se sale necesariamente de cualquier patrón y no salirse de un patrón es casi, diría, un signo de una vida inauténtica, o de una vida al menos todavía no plenamente desarrollada o desplegada. Las grandes personas de este mundo -me cuesta incluirme entre ellas- rompen los moldes. El primero, Jesús de Nazaret, realmente es difícil encajarle la figura de profeta o de maestro o de predicador o de sanador, pero también figuras de nuestro tiempo como Simone Bailes o Andy Warhol o Michel Foucault, los que yo cito a menudo, pues son personas que realmente rompen los esquemas. Por otra parte, pienso que el arquetipo sacerdotal es muy poderoso y que si es difícil en general ser uno mismo, mucho más difícil es ser uno mismo siendo sacerdote, porque la gente espera de ti algo muy concreto y si no se lo das, pues piensan que no eres un verdadero sacerdote.
– JB: Jorge Bergoglio quizás ya haya logrado su tarea o su fin al llegar a ser Papa, pero Francisco ¿la pudo concretar?
– PO: En realidad, yo no lo sé, no lo sé en absoluto porque no estoy en su conciencia para saber qué es lo que se propuso. Mi impresión es que evidentemente él tenía un horizonte más amplio del que luego de algún modo la realidad le ha permitido desplegar. Es decir, seguramente ha abierto muchos caminos, pero han quedado por transitar. Tendremos que completarlos los que venimos por detrás. Bergoglio y Francisco son la misma persona, es una persona grande realmente, un mahatma, es un alma grande. Las grandes personas se reinventan continuamente y nacen varias veces en esta vida.