¿Qué pasó en las elecciones del 7 de septiembre? ¿Por qué ? ¿Qué podría ocurrir? Todavía no lo sabemos. Lo estamos investigando y analizando en este momento. Pero sí podemos rastrear algunas pistas.
Tanto el índice de confianza del consumidor como el del Gobierno que mide Poliarquía para la Universidad Di Tella se desplomaron en agosto.
Los últimos estudios de Synopsis y Casa Tres venían señalando desde hacía meses que la principal preocupación de la población ya no era la baja de la inflación –tarea resuelta exitosamente por el Gobierno–, sino que orbitaba alrededor del empleo y la capacidad de consumo.
En la última medición de Aresco, el 70% de la población enfatizaba que hoy le costaba más que antes llegar a fin de mes. El índice de ingreso disponible de las familias –lo que queda para consumir luego de pagar todos los gastos fijos del hogar– elaborado por Ecolatina daba cuenta de una mejora de 9 puntos versus el piso de 2024, pero una caída del 39% versus 2017. El consumo masivo –alimentos, bebidas, cosmética y limpieza–, que el año pasado se contrajo 14%, en el primer semestre de este año no creció. Si nos enfocamos solo en los supermercados y autoservicios de barrio, la situación es peor: cayó el 5% adicional. Es decir que se está vendiendo casi el 18% menos que en 2023.
Nuestros análisis en función de la pirámide de clases sociales y la estructura de gastos de los hogares –ambos utilizan múltiples fuentes de información, pero se basan en la oficial del Indec– indican que si bien la clase media baja y la clase baja no pobre (C3 y D1 en la jerga técnica) se apropian del 40% del total de los ingresos, tienen un peso del 55% en el consumo total de esos bienes.
Para decirlo de forma simple: si esos dos grandes grupos (más de ocho millones de familias, 24 millones de habitantes) no tienen mucho resto en su economía cotidiana, es difícil que se recuperen las ventas de los productos más básicos. En las distintas mediciones que realizamos en los últimos meses basadas en focus groups, en estos estratos sociales emergía el discurso sobre una restricción creciente y una masiva “cultura del no”. Nos decían desde que “hoy comprar duele” y también que “comprar es un estrés” hasta que “el mes termina el 20” y que “ya no somos clase media, sino clase trabajadora”.
Hasta ahora no había una correlación directa entre ese malestar del bolsillo y opinión política. Muchos seguían indicando que el esfuerzo valía la pena y apoyaban el proceso sanador de la economía.
La hipótesis de trabajo, siempre condicional y a comprobar, indicaba que esa tolerancia podría encontrar un límite o al menos un atenuante si empeoraba la situación del empleo. Entre noviembre de 2023 y junio de 2025, se perdieron más de 140.000 puestos de trabajo en el sector privado formal, según las estadísticas oficiales recopiladas por el economista Amílcar Collante. Es muy probable que ese indicador empeore cuando se publiquen los valores de julio y agosto.
De todos los sectores, el peor fue, por lejos, el de la construcción: más de 60.000 despidos. Si el número se compara con el pico de mayo de 2023, nos acercamos a las 95.000 cesantías. Cuando se publiquen los próximos datos oficiales, es probable que la situación laboral de esta “industria de industrias”, de mínima, no haya mejorado. Las variaciones intermensuales del índice Construya –que mide la construcción privada– mostraron caídas para julio y agosto. El último dato oficial del Indec para el sector también muestra una contracción de casi el 2% entre junio y julio. Si bien es cierto que en las comparaciones interanuales la construcción recupera cerca de un tercio de la violenta caída del año pasado (-28%), ese proceso viene perdiendo fuerza desde hace dos meses.
El índice de desempleo nacional fue del 7,9% (1,8 millones de personas sin trabajo) en el último dato oficial publicado para el primer trimestre de este año. Pero en el Gran Buenos Aires fue del 9,7%. Adicionalmente, el 42% de todo el trabajo que se genera en el país es informal.
Todos esos indicadores cuantitativos coinciden con lo que registramos en nuestras investigaciones cualitativas sobre el humor social durante este año. Mientras la estabilidad y la previsibilidad de la macroeconomía seguían alimentando la esperanza, las dificultades crecientes de la microeconomía generaban una inquietante añoranza. En esa dualidad del clima de época del primer semestre de 2025, “esperanza con añoranza”, se detectaba, por lo menos, una tensión que en algún momento podría manifestarse.
Cuando ya muchas variables estaban indicando en su dinámica que debajo de la superficie “no estaba todo bien”, el resultado de las elecciones en la provincia de Buenos Aires lo volvió explícito. Para algunos, resultó una confirmación de sus presunciones; para otros, una exacerbación de sus deseos. También están aquellos a los que lo sucedido se les volvió revelador: de pronto vieron lo que estaba velado.
No podemos obviar de ninguna manera que para un grupo no menor de los ciudadanos lo acontecido es directamente aterrador y paralizante. En nuestro país, los peores fantasmas se convocan demasiado rápido. En circunstancias como estas, en que el ritmo de los acontecimientos se acelera, es lógico que se exacerbe la ansiedad. Es decir, un estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo propio del ser humano para responder a las amenazas del ambiente. Son procesos en los que se activan el temor y el estrés como mecanismos de defensa y supervivencia.
Por naturaleza, y memoria, los argentinos duermen siempre con un ojo abierto. Cuando ese estado de ánimo se apropia de la escena colectiva, se desvanece la calma.
Cualquier observador atento puede apreciar un “shock de electricidad”, por ejemplo, en la agenda de las redes. Por naturaleza, y memoria, los argentinos duermen siempre con un ojo abierto. Cuando ese estado de ánimo se apropia de la escena colectiva, se desvanece la calma. Todo es teñido por la angustia. Una sensación de opresión a la que cuesta encontrarle una causa única y específica. Se trata de un fenómeno mucho más emocional que racional. La psiquis y el propio cuerpo se salen de control atentando contra la integridad de los individuos. La aspereza y la fricción degradan así las relaciones sociales y los vínculos afectivos. Puesto en términos coloquiales: “la calle raspa”.
Es de esperar que este sea el clima imperante, y creciente, de aquí al 26 de octubre. Después dependerá mucho de los resultados y su lectura por parte de los medios, los mercados, las redes, la sociedad y los factores de poder.
Decidir es optar entre alternativas. Si no hubiera opciones, podría haber una acción, pero no una decisión. Si no hay entre qué elegir, no se puede decidir. Siendo que en el sistema democrático hay posibilidades diferentes, está más que claro que la sociedad quiso expresar algo, o, lo que es muy factible, varias cosas. Los fenómenos complejos no suelen explicarse por un único motivo.
El mensaje de la elección
Toda elección tiene un mensaje. No podemos olvidarlo nunca. Errar en su interpretación puede ser muy peligroso.
Todavía más como exploración que como afirmación, podemos sospechar que, de acuerdo con lo que ya veníamos viendo en nuestros análisis previos, con todos los datos señalados y con las vibraciones de la calle, la dinámica de la economía personal y familiar fue uno de los componentes de ese mensaje.
Aquel “esto va lento” habría sido parte de lo que se procuró indicar. ¿En qué magnitud? Aún es demasiado pronto para ponderarlo. Pero si nos atenemos a una ley fundamental del comportamiento del hombre –“el ser humano desea lo que escasea”– y a una máxima de la más cruda praxis nacional –“la micro no te perdona”–, es dable elucubrar que la incidencia no fue menor. Si así fuera, podría estar produciéndose un giro estratégico en la agenda de la sociedad: de la destrucción a la construcción, de la baja de la inflación al empleo y la producción.
Recuperando la analogía utilizada a comienzos de 2023, cuando detectamos una vibración punk en el sentir colectivo, es pertinente pensar si no hay un giro hacia lo pop.
Mientras terminamos de decodificar el o los mensajes del proceso electoral que acaba de suceder, es pertinente resetear el modelo con el que se procesa y se aborda la realidad. Todo se acelera, tanto en la dinámica empresarial como en la social y, por ende, en la política.
Siete claves para 40 días
Si el nuevo mundo post inteligencia artificial es Flux (rápido, líquido, inédito y experimental, por sus siglas en inglés), el contexto en el que acabamos de ingresar y deberemos decidir durante los próximos 40 días, por lo menos, es, por condición arquetípica del ser nacional, y por experiencia histórica, Flux al cuadrado.
Eso nos obliga a rediseñar el modelo de gestión, ya sea a la hora de tomar decisiones personales en múltiples ámbitos –ingresos, gastos, inversiones, proyectos, trabajo, vínculos– como en los ámbitos de desarrollo profesional.
En el marco destemplado del presente, es imperativo ser prudente. También pragmático y realista. El mindset del mundo Flux puede resultar entonces muy útil. De mínima por los próximos días. Quizás, incluso, durante más tiempo. No lo sabemos todavía.
Los talentos, necesidades y habilidades que se requieren para navegar con destreza y entereza un entorno Flux están pensados ya no para lo incierto, que lo conocemos hace años, sino para lo que resulta, al menos en apariencia, indescifrable e impredecible. Se trata de una escala de complejidad superior, donde el desconcierto es habitual y la zozobra, una inquietante latencia. Dicho de otro modo: la inacción solo es una posibilidad si es definida como el mejor curso posible, no si es consecuencia de la perplejidad frente al potencial devenir de los hechos.
Por ello, las primeras tres claves para un contexto como el que ya estamos atravesando se conectan entre sí: adaptabilidad, flexibilidad y velocidad. Cuando las cosas que suceden entran en la lógica exponencial, es muy factible subestimar su curso. De hecho, es lo que está sucediendo a nivel global con la propia inteligencia artificial: aún los que están en el mundo de la tecnología hace años no pueden mensurar ni proyectar con la precisión deseada un ritmo de evolución que supera de modo permanente, para bien o para mal, las previsiones más osadas.
No hay más opción que desarrollar la sensibilidad para intentar leer anticipadamente de qué modo se cruzarán los flujos de sentido. De esa convergencia depende hacia donde se mueve el sistema. Cómo bien nos enseñó Charles Darwin, en la evolución de la naturaleza no son ni los más inteligentes ni los más fuertes los que sobreviven, sino los que tienen más capacidad de adaptación.
En el ecosistema híbrido, donde lo físico y lo digital son parte de un mismo todo, ese talento debe aplicarse a velocidad de vértigo y atreviéndose a perder la seguridad que brinda lo rígido. Aquello que no es flexible, genera tanta fricción que entra en conflicto con la cultura acuosa del actual mundo cíborg. No fluye.
El segundo set de tres claves también está articulado para definir un modelo de ejecución. Si la primera tríada se vincula más con el registro y la interpretación del marco para elegir en qué preciso momento mutar y acelerar, la segunda se relaciona con la impronta para tolerar las consecuencias de lo inédito.
Para poder gestionar los próximos 40 días se requerirán templanza, foco y decisión. Resultará vital distinguir lo central de lo accesorio, evitar el ruido mental que provoca la distracción, enfocarse en lo gravitante y ser capaces de decidir bajo altas dosis de presión sin garantías de ningún tipo.
Finalmente, la séptima clave es un poderoso concepto que, en sí mismo, bien podría englobar a todos los demás. Se trata de desarrollar un pensamiento lo más polímata posible. Como nos los recordó Henry Kissinger en Génesis, su libro póstumo, en la extrema complejidad y velocidad de la era contemporánea es necesario recuperar el modelo mental de Da Vinci, Freud, Jung, Newton o el citado Darwin, entre tantos otros.
Se trata de desenrollar las capacidades para eludir los compartimentos estancos del conocimiento y nutrir la perspectiva con los saberes de diversas disciplinas.
Los seres humanos son integrales, contradictorios, oscilantes, emocionales y racionales, constructivos y destructivos, afectuosos y hostiles, soñadores y pragmáticos. Inmersos en la vidriera digital hoy viven expuestos a infinitos estímulos y cruzados por múltiples tensiones.
El reduccionismo y la simplificación no suelen ser buenos consejeros para proyectar sus conductas.