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Un libro perdido sobre Piazzolla, objeto de arte

A falta de los ahorros que me hubieran permitido comprar por una razonable suma de dólares unos dibujos de Rómulo Macció, similares a los de su libro Choripzus (Sudamericana, 1968), salí de la última edición de arteba con dos libros de música o, mejor, dedicados a músicos. Uno podría entrar en el mundo visual de la feria (solo una vez compré una especie de muñeco de trapo de un artista emergente: mil pesos) y es el que compila la vida junto a Spinetta del fotógrafo Eduardo Dylan Martí. Una edición en el formato que se conoce como coffee table book, que va desde una foto de Almendra en vivo hasta el final (la segunda reunión de Almendra para esa peregrinación llamada Las Bandas Eternas).

El otro libro queda fuera de la categoría porque es una reedición de un texto donde las imágenes son escasas y en baja calidad aunque hayan ilustrado un objeto que ahora se revela ineludible: el primer libro que se escribió sobre Piazzolla, en 1969, firmado por Alberto Speratti. Con Piazzolla, reeditado por Vademecum, como dice el piazzollista Carlos Kuri en el notable prólogo, “conserva una vigencia privilegiada, no por ser el primero sino por ser originario”.

Kuri lo descubrió usado en 1973 y ahora es casi imposible dar con uno de aquella edición, con lo cual esta de 2025 alcanza el mismo valor de impagable que tienen las obras de arte de la feria para la mayoría de sus visitantes (¿Cómo es que no se reúnen entre las grandes fortunas los 350 mil dólares que vale “La torre Eiffel en la pampa”, de Antonio Berni, para integrarlo a Bellas Artes? Es demasiado importante para andar guardado por ahí ).

En 2025, a Piazzolla le sobran libros y homenajes pero, en cambio, el nombre de Speratti se ha evaporado y no es referencia alguna para lo que se conoce como periodismo de autor (cronismo podríamos decir; rima bien con turismo). Entonces la reedición hace justicia con una escritura, un tono, y los diez encuentros que Speratti tuvo con el demonio del tango en 1968. Hacia el final viene el formato pregunta-respuesta, que es una narrativa con el mismo derecho que el perfil o la demandada crónica, y, lo mejor, el ambiente de entrevista en la forma en que Speratti lo describe. Y ahí aparece, como siempre, el “punctum” del texto; el lugar, para usar el concepto que Barthes aplica a las fotos, donde todo libro nos habla, donde la lectura se vuelve susurro al oído. Nos dice algo sobre nosotros mismos. Speratti escribe: “Para hacer este libro tuve una decena de encuentros con Astor Piazzolla, entre julio y octubre de 1968, en la ciudad de Buenos Aires, en su departamento del piso catorce de un edificio de la avenida Libertador y Callao. Es un dúplex cuyas ventanas dan al Italpark y al río”.

No en 1968, pero sí hacia 1975, poco después que Kuri hubiera encontrado su Con Piazzolla usado, la descripción del lector podría ser a la inversa. El punto de vista era desde lo más alto de la montaña rusa del Italpark apenas un poco antes de caer, justo en ese momento en el que se atisbaba por un segundo la línea de edificios de Libertador y Callao y sus ventanales, antes de los gritos y el juego de dejarse ir en ese bólido que era una inyección de adrenalina. ¿Veíamos con mi hermana el departamento de Piazzolla sin saberlo antes de ser arrojados al vacío de la estrella del parque de diversiones? ¿Se habría asomado al balcón Astor, tomando un descanso del piano donde componía, mientras caíamos?

En mi mente es una foto de las vacaciones de invierno. Camperas inflables y ¡trac! la barra de seguridad con la que suponíamos que no saldríamos volando a velocidad supersónica. Pero no hay objeto, no hay rollo Kodak revelado ni polaroid de eso.

Acaso lo que me esté revelando el final del libro de Speratti es una forma distinta de entender las cosas. Piazzolla debería ver los bólidos mecánicos despeñarse frente a sus ojos sin pensar que lo que había en ese juego, en ese lugar, era la forma de bailar su tango antibailable. La coreo de lo que él mismo había hecho cuando se apartó de los arreglos de la típica para tomar carrera y pegar el gran salto al vacío del (ex) Parque Japonés.

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