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«Península Valdés, tensiones en el paraíso», el nuevo libro de Lucía Salinas que expone los problemas de ese rincón de la Patagonia

La periodista de Clarín y escritora Lucía Salinas publicó con la editorial Remitente Patagonia el libro «Península Valdés, tensiones en el paraíso». Declarado de interés provincial por la Legislatura de Chubut, el libro aborda las problemáticas y tensiones actuales que exponen los principales actores que desarrollan diverso tipo de actividades en este rincón de la Patagonia, declarado Patrimonio de la Humanidad.

El nuevo libro de Lucía Salinas, Península Valdés tensiones en el paraíso. Editorial: Remitente Patagonia.El nuevo libro de Lucía Salinas, Península Valdés tensiones en el paraíso. Editorial: Remitente Patagonia.

Un paraíso natural. Un patrimonio de la humanidad. Un punto geográfico donde se desarrolla una biodiversidad única. ¿Cómo se co-gobierna una tierra tan peculiar? ¿Qué desafíos afronta un lugar donde confluyen el Estado nacional, provincial y la administración municipal, bajo el rol de veeduría de la UNESCO? La Península Valdés puede entenderse a través de la historia de sus personajes icónicos, fundadores. También por intermedio de quienes se arraigaron allí, cautivados por la belleza de esa parte de la Patagonia profunda. Se la puede interpretar, además, a través de las múltiples contradicciones que se desnudan en la medida en la que se avanza en cada charla, en cada kilómetro recorrido.

Desde pescadores artesanales, ganaderos, familias balleneras, guardafaunas, un amplio abanico de actores que intervienen en la Península, le van dando vida a este libro a través de sus voces, sus historias, sus problemáticas que interpelan a funcionarios provinciales, locales, que aportan su mirada sobre las problemáticas que este rincón de la Patagonia chubutense afronta. “Es un momento bisagra, las decisiones que se tomen en este período tendrán consecuencias inmediatas en este paraíso en el que coexiste una fauna marina diversa, poderosa, con una peculiar biodiversidad, el libro viene a plantear interrogantes, a exponer discusiones que aún no han sido zanjadas”, explicó Lucía Salinas.

El nuevo libro de Lucía Salinas, Península Valdés tensiones en el paraíso. Foto: Juano Tesone.El nuevo libro de Lucía Salinas, Península Valdés tensiones en el paraíso. Foto: Juano Tesone.

Las historias que se cuentan en este libro muestran cómo, cada una de ellas, las voces protagonistas de las diversas actividades que se desarrollan en la Península Valdés, construyen la identidad de un lugar que afronta un desafío sumamente importante, para garantizar su desarrollo, su sostenibilidad: El cogobierno con reglas claras, acorde con los tiempos que corren. Patrimonio de la Humanidad, esta región se presenta como una esperanza para la preservación, cuenta con un ecosistema mucho más amplio que la terminología utilizada para describirlo. Un lugar de la Patagonia inmensa, profunda, que sigue invitando a su exploración, estudio y una mejor interpretación respecto a lo que ofrece la naturaleza en cada uno de sus rincones. Por eso, no sorprende cómo en cada diálogo sostenido, en cada historia contada, la pasión por este suelo sobresale, incluso, por encima de las contradicciones manifiestas.

Clarín publica en exclusiva una de las historias del nuevo libro de Lucía Salinas.

PESCADORES ARTESANALES: UNA ACTIVIDAD EN VÍAS DE EXTINCIÓN

Hizo un cálculo interno, veloz. Por delante le quedaban unos quince minutos más. Creyó que no iba a resistir la situación. Mientras trataba de controlar el temblor incipiente del cuerpo, recordó la cantidad de veces que, en esa misma circunstancia, había pensado en abandonar. Se sonrió. Eso nunca iba a ocurrir. El mar tiene una fuerza potente que siempre terminaba convocándolo y él, acudía sin dudarlo. No podía acelerar el proceso. Sólo debía resistir la temperatura del Atlántico que no superaba los ocho grados. Su traje ya no lo protegía, el frío se intensificaba. En ese preciso instante sintió el tirón: podía ascender. Lo hizo a una velocidad relativa, sintió que lo peor ya había pasado. Entregó al asistente de la embarcación la red que le colgaba en diagonal y subió. Miró a su alrededor, le gustaba ese momento de contemplación del azul profundo de aquellas aguas, de la quietud y fuerza interna que posee. Imperturbables hasta que el viento comienza a soplar. Con su compañero revisaron la mercadería que reposaba en el bote, castigado por los años de navegación. Tenían una cantidad considerable de cajones que rebalsaba de mariscos y que indicaba que era hora de regresar a la costa. Volcó sobre lo ya recolectado, lo último que había extraído con sus manos de aquel manto marino que yacía a unos veinte metros de profundidad.

José Luis Azcorti, uno de los primeros pescadores artesanales. Foto: Pablo Lo Presti.José Luis Azcorti, uno de los primeros pescadores artesanales. Foto: Pablo Lo Presti.

El motor se puso en marcha y emprendieron el regreso. El sol comenzaba a esconderse y la poca calidez que había brindado para contrarrestar el aire frío, había disminuido. José recuperó la temperatura corporal después haber estado sumergido más de dos horas. Sabía que al llegar a tierra firme, comenzaba la segunda parte de su ardua labor: descargar los cajones, limpiar los mariscos, seleccionarlos, subirlos al camión y limpiar la embarcación. Su historia está plagada de anécdotas. Las recuerda con la frescura de una inmediatez que no es tal.

Hace seis años dejó de realizar la marisquería por buceo. Aún se perciben, latentes, cada una de las sensaciones que el descenso en el mar cristalino le producían. “Cada momento, cuando llega la embarcación y te subís, cuando se desciende, el mar, incluso el frío que se pasa en la descompresión, toda esa libertad de la actividad, se extraña”, dice con un dejo de nostalgia en el tono de su voz. Insiste en la importancia de la descompresión como un elemento indiscutible de la pesca artesanal. Los buzos están obligados a cumplir con la misma antes de ascender para expulsar del cuerpo el nitrógeno incorporado durante el tiempo que estuvo a más de 17 metros de profundidad. Si no respeta los tiempos como las etapas del buceo, puede sufrir el síndrome descompresivo (SDC). Al ascender, la presión disminuye y el exceso de nitrógeno acumulado en el cuerpo puede formar pequeñas burbujas. Si el buceador no exhala lentamente, estas burbujas aumentarán de tamaño y podrían provocar lesiones.

Playa Larralde donde trabajan los pescadores artesanales. Foto: Pablo Lo Presti.Playa Larralde donde trabajan los pescadores artesanales. Foto: Pablo Lo Presti.

La pesca artesanal es ardua, sacrificada y un sello identitario de quienes la practican. Conjuga varias cosas: la pasión, el apego por la aventura, un respeto profundo de las aguas en las que se sumergen día tras día, un vínculo que a veces les resulta difícil poner en palabras, porque es tan natural para ellos que no lo escinden de la vida cotidiana. Cuando se dialoga con ellos, pese a que son expertos buzos, se definen como pescadores y pescadoras, por las mujeres que se sumaron a esta actividad en los últimos años. Son pocas, pero significativas, y abrieron el camino. A los 24 años, José Azcorti se sumergió por primera vez en el mar Atlántico de la costa patagónica. Estudió en Puerto Madryn, en la Marina Mercante, y cuando tomó el curso para bucear descubrió un mundo que le era profundamente desconocido, lo suficiente para querer conocer más al respecto. Lo que comenzó como una curiosidad terminó siendo su estilo de vida y una pasión que aún se percibe en sus palabras, pese a estar alejado del mar hace cinco años. “La aventura me atrapó. En el mar no tenés un día igual, todos son diferentes”, explica en un tono sonriente, pero siempre con una cadencia calma.

El comedor de su casa de Puerto Madryn es luminoso, cerca del mar que otorga a la localidad un aroma particular. Sentado de frente a los grandes ventanales del lugar, José cuenta su vida como pescador artesanal. “Nunca te retirás, se navega y se bucea hasta que el cuerpo dé”. Hay secuelas en su salud, pero no se las atribuye al trabajo que emprendió siendo muy joven, “son más bien achaques de la edad”, dice, sonriente. Mientras conversamos, de fondo el viento se hace sentir y por momentos se funde con los ladridos de sus perros. Ese rincón de su casa, que eligió para conversar, es una suerte de museo de su carrera. Es reconocido como uno de los pescadores artesanales con mayor experiencia y que cosechó un amplio respeto entre sus pares. Algunos lo señalan como uno de los precursores de este tipo de pesca arriesgada, que se volvió el sustento de numerosas familias que trasladan sus conocimientos de generación en generación. Hay una foto de su embarcación, fotos por doquier, referencias al mar en las paredes, en las bibliotecas y de unas cajas empieza a sacar una gran cantidad de fotografías. Las recorre con la mirada mientras su esposa las va mostrando. Su historia es la de muchos pescadores que otorgaron una impronta a la costa chubutense que aún persiste. Pero también resiste.

La pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península ValdésLa pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península Valdés

La provincia del Chubut cuenta con más de 1.200 kilómetros de costa. Hay tres localidades de más de 100.00 habitantes situadas en cercanía a la costa: Puerto Madryn, Trelew y Comodoro Rivadavia. Pero además cuenta con poblaciones de menor densidad poblacional que también son costeras: Puerto Pirámides, Rawson, Camarones y Rada Tilly. La vinculación con el mar es inevitable, la misma define su economía y, en muchas ocasiones, la identidad de estas localidades. El mar es el lugar para ofrecer actividades turísticas, pero también es el origen de la actividad pesquera tanto industrial como artesanal, y el puerto de salida de productos como el aluminio y el petróleo. Parte de la historia de la provincia se escribe a través de su relación con el océano Atlántico. “Los antiguos habitantes de la Patagonia ya practicaban la pesca, además de cazar, recolectaban peces y mariscos. Se han encontrado numerosos restos que demuestran que se alimentaban de productos del mar. Puerto Madryn tiene un frente marítimo muy rico y ha construido su historia vinculada al mar y a la pesca. Para la localidad la pesca artesanal que se desarrolla en los golfos San Matías, San José y Nuevo, representa una importante actividad productiva. Existen cerca de cien pescadores artesanales que encuentran en la pesca su fuente de ingresos. Además, la pesca artesanal genera empleo indirecto en las plantas pesqueras donde se procesan las vieiras, mejillones, cornalitos y otros productos provenientes de la pesca artesanal”, explica en un documento la Asociación de Pescadores Artesanales.

La actividad, que tiene un fuerte impacto en la región, tuvo su apogeo entre el año 1987 y 1990. José describe ese período como “la gran bonanza”, en la que se llegó a contar con 33 embarcaciones. En la actualidad hay registradas 21 embarcaciones para la marisquería por buceo, pero no todas están saliendo a pescar, pese a contar con la habilitación correspondiente. La rentabilidad disminuyó sustancialmente, “antes hacíamos 60 cajones en dos horas, ahora los 50 cajones (unos 1.500 kilos de vieiras) con suerte los hacés en una jornada completa”, cuenta José Azcorti. En aquellos años, con abundancia del recurso, la tecnología que utilizaban los pescadores artesanales era muy precaria. Incluso riesgosa. Por el tipo de trabajo que realizan a casi 20 metros de profundidad donde se encuentra el manto de vieiras, los buzos no descienden con tubos individuales de oxígeno, sólo utilizan una manguera que se los proporciona desde un tanque ubicado en la embarcación.

“Cuando sos joven no se miden los riesgos, y la aventura es hermosa, después que van pasando los años te preguntás, ¿por qué hice esto?, ¿por qué hice lo otro?, ¿por qué arriesgamos tanto? Uno va tomando conciencia cuando pasan los años”, reflexiona José veinte años después. Pero al aplomo adquirido con el correr del tiempo, le pone un contrapeso: “Igual yo creo que estas actividades tienen mucho de aventura y en parte por eso se ha hecho más grande, porque si no se arriesga creo que nunca se iba a poder llegar a nada”. La época de bonanza eran tiempos en los que se navegaba relativamente cerca de la costa, a unos quince metros como máximo. Esto debido a que las embarcaciones eran reducidas en sus posibilidades, completamente de madera, muy pequeñas, de más de seis metros como máximo, algo que se traducía en sus motores de no más de 35 caballos. En el presente, todos los motores están por encima de los 50. “Con eso se salía a navegar y se buceaba a esa profundidad, los compresores no eran lo mismo, eran como los compresores que hay en las gomerías. Nada más que nosotros preparábamos con filtro y a veces salía así, sin filtro, de la manguera nomás, y eso hacía que pasara el aceite. Me acuerdo que los dientes nos quedaban marrones. Pero bueno, esos tiempos fueron cambiando”, relata entre risas. Hay asombro en la reconstrucción de esos años, por los riesgos asumidos. José se cruza de brazos, se apoya en el respaldo de la silla y hace una pausa, en una suerte de contemplación de aquellos recuerdos, y concluye: “La verdad que tuvimos mucha suerte, gracias a Dios, porque nunca nos pasó nada grave”.

La pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península ValdésLa pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península Valdés

El paso del tiempo generó un impacto positivo en la actividad. Las embarcaciones mejoraron como también la logística para introducirlas en el agua, los camiones que trasladan los mariscos desde la costa a las plantas de tratamiento, y también los equipos que utilizan los pescadores. Sin embargo, continúan con la técnica de la extensa manguera que les proporciona el oxígeno desde el compresor —de mucha mejor calidad—, que se encuentra a bordo. Durante el período de mayor expansión, en la década de los noventa, se cometieron varias imprudencias: no había un conocimiento cabal del ciclo de los mariscos y eso generó que en un momento se haya alterado el ciclo poniendo en riesgo la continuidad del mismo. Es algo que los pescadores más antiguos reconocen y entienden que es inviable una práctica de estas características sin la debida información, sin la comprensión de cómo proceder en el mar, para ir a buscar algo que la naturaleza ofrece. Respetar los ciclos, la forma de extracción, lleva aparejado una serie de reglas que se fueron investigando y poniendo en práctica con el tiempo. La mirada científica fue indispensable para ello.

El Centro Nacional Patagónico, Centro Científico Tecnológico del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CENPAT-CONICET) cumple un rol preponderante en la provincia del Chubut. Se ocuparon de estudiar la pesca artesanal, relevarla por años, para ayudar a sus actores principales a llevar adelante esta práctica desde un lugar de respeto y conocimiento del ecosistema marino. “El litoral chubutense cuenta con un recurso como el langostino, de muy alto valor agregado, sobre el que se basa la actividad de una importante flota industrial; pero también una flota considerada artesanal que opera desde Puerto Rawson. Además de este recurso, en estas costas existen bancos de mariscos muy apreciados y de alta demanda, como son la vieira, los pulpos, la almeja, el mejillón y la cholga. Junto con estas especies se encuentran también varias especies de caracoles, cuyo consumo y demanda está en aumento, y de crustáceos tan conocidos como la centolla u otros recientemente explotados como el cangrejo nadador”, se consignó en un estudio publicado en 2022 por el CONICET denominado “La pesca artesanal en Argentina: Caminando las costas del país”. Esta riqueza convirtió al Chubut en una provincia pesquera por excelencia, tanto a nivel industrial como en una menor escala que es la que suple la pesca artesanal.

El nuevo libro de Lucía Salinas, Península Valdés tensiones en el paraísoEl nuevo libro de Lucía Salinas, Península Valdés tensiones en el paraíso

En el año 2022 el CENPAT relevó a las pesquerías artesanales que se concentran en la zona de Península Valdés y Puerto Madryn y en las localidades de Camarones y Comodoro Rivadavia. En el informe se consignó la existencia de unos 712 pescadores y pescadoras y 139 embarcaciones involucradas en las diferentes unidades de producción, que son unas 18. Los números permiten comprender la relevancia de la actividad que vive horas críticas ante la pesca industrial que es la prioridad del gobierno provincial, por los ingresos que produce, pero además porque las playas donde desarrollan la pesca marisquera por buceo, requieren del uso de caminos vecinales, porque son accesos que se encuentran en propiedad privada. Las embarcaciones como también los tractores, son la mayor inversión para un pescador artesanal. Eso incluye el equipamiento para los buzos y determina el caudal de su producción. Después hay una distribución ya estipulada: el 35% de las ganancias es para quienes descienden a buscar el recurso al manto de vieiras, el 15% es para el marinero y el resto para el permisionario, es decir, a quien Prefectura Naval Argentina le entrega el permiso para dejar la costa y dirigirse a aguas abiertas.

La ecuación cada vez cierra menos. Los tractores que transportan las lanchas hasta que tocan el agua a una profundidad suficiente para continuar solas, descansan en la playa pese a que los pescadores y las pescadoras regresan a sus hogares cuando finaliza la jornada que puede extender durante más de seis horas. Pero cada buzo sólo puede permanecer una hora y media, máximo, en las profundidades del mar y después debe sujetarse al estricto protocolo. Es una rutina de la que no pueden escapar; más allá de que cada día que ingresan es distinto, los pasos a seguir, no.

La Playa, tierra de pescadores

La ruta provincial n°2 es una suerte de brújula cuando queda atrás Puerto Pirámides, la única localidad dentro del Área Natural Protegida Península Valdés. Durante quince minutos el pavimento acompaña en medio de la inmensidad de la estepa patagónica. Es un día soleado, sin viento. En un momento hay que tomar un desvío a mano derecha. El ripio se hace sentir inmediatamente. Junto con ese movimiento constante, la siguiente sensación es la de estar ingresando a un campo privado, pero ninguna indicación impide continuar por esa huella. Sólo hay que abrir una enorme tranquera de madera que acumula años y algunos alambres oxidados. En uno de sus palos principales, una muñeca deteriorada, de plástico y pelo desacomodado por la tierra y el viento que abunda en la zona, da la bienvenida. Efectivamente, cuando se avanza en esa calzada de pedregullo que se dibuja sobre un terreno amplio, plagado de matas negras, y una diversa fauna que suman sus colores al paisaje, se ingresa a una de las propiedades de la familia Ferro, los mayores tenedores de tierras en la región, declarada en 1999 como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

La pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península ValdésLa pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península Valdés

Angosto, siempre de tierra, el camino que se aleja de la calzada de pavimento obliga a reducir la velocidad como una invitación a la contemplación de todo lo circundante: una vegetación que abunda, que gana terreno en esa superficie árida. Los colores impactan, una amplia gama de verdes que resaltan en medio de la estepa y se conjuga con la gama de marrones de ese suelo árido. No hay movimiento vehicular, no hay ruido, sólo el sonido del viento que se amplifica al rozar con la vegetación, unos pocos caballos sueltos conceden movimiento. Todo devuelve una sensación de inmensidad, de desolación, pero cuando el motor de la camioneta se detiene basta escuchar, percibir, para entender que lo que muchos llaman desierto patagónico, en realidad es una vasta superficie llena de vida.

Después de quince minutos más de recorrido, una arbolada indica la proximidad al lugar que oficia de refugio para los pescadores y que, a su vez, se convirtió en una tierra de disputa. En el golfo San José, en el lateral norte del istmo Ameghino, en la Península Valdés, se encuentra Playa Larralde. Un paraíso escondido en la región, posiblemente porque acceder a ella requiere ingresar a un campo privado. Al descender del vehículo nos reciben tres hombres que trabajan sobre una embarcación. La tierra se convierte en arena, oscura, densa y húmeda. Allí están los pescadores artesanales, inmiscuidos en sus labores que inician a las seis de la mañana en la mayoría de los casos.

Sobre la playa se observan las pequeñas embarcaciones, y a pocos metros, los remolques que utilizan para ingresar al agua. Es una villa de pescadores. Se conocen, están rodeados de sus familias, hacen de esa tierra un lugar de construcción de una economía que los define y los representa. Una caminata esquivando el agua que se aproxima con su propio ritmo, permite escudriñar el lugar donde viven de forma permanente unas quince familias. La familia Ferro no duda en calificarlos, en diversas ocasiones, de “intrusos”. Los marisqueros utilizan el mismo término para definir a los dueños de la tierra. En esa tensión permanente convive la pesca artesanal con la propiedad privada. Pero todos bajo el mismo paraguas: un patrimonio de la humanidad.

La pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península ValdésLa pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península Valdés

Unas pocas casas pequeñas se levantaron en ese lugar, algunas son de ladrillos, otras más precarias, de chapa. Acompañan la imagen un tractor oxidado, corroído por el aire marino y un barco abandonado, o más bien, intencionalmente colocado allí con un mástil y una bandera que flamea en esa tierra de vientos. Esa embarcación es una metáfora de la tierra tomada, utilizada para una actividad que tiene historia en el suelo chubutense. Una casilla rodante del color verde, sobresale entre esas casas, y al lado la imagen se completa con un viejo colectivo que ya no cumple con su función original, y se ha convertido en una terraza para quienes buscan un poco más de altura para contemplar el mar. Pero el sitio ofrece otra alternativa: un colectivo con la leyenda “Almafuerte” tiene sus asientos reacomodados, con vista al Atlántico. “Ahora hay casillas, algunas casas construidas y se puede ir y volver en el día, pero en mi época nos quedábamos en la playa acampando durante quince días de trabajo. Cuando todos regresábamos del mar se armaba el fogón, cocinábamos, pero esperábamos al camión que buscaba los mariscos que habíamos sacado porque nos traía un poco de carne”, recuerda José Azcorti.

La pesca artesanal, finalmente, recupera eso también de la práctica ancestral: la vida en comunidad, el encuentro alrededor del fuego, cocinar lo que obtuvieron después de horas en el mar. Rituales. En esa playa hay niños jugando en el mar, corriendo de un lado al otro, familias intercambiando un mate, el agua que aporta su ir y venir constante, todo se conjuga para definir la banda sonora de ese lugar. Nada se convierte en ruido. No perturba. La calma se ve interrumpida después de las cuatro de la tarde cuando, a lo lejos, se comienzan a vislumbrar las embarcaciones. En tierra los remolques comienzan a ubicarse para recibirlas y orillarse. Los niños siguen corriendo, nada les resulta peligroso. Saben esquivan tractores, barcos, y juegan incansablemente, con todo lo que la playa y la pesca artesanal, proporciona. Incluso, se escurren entre los cajones apilados llenos de mariscos y como si fuera una búsqueda de tesoro, hunden sus pequeñas manos entre esa variedad de texturas y aromas, para buscar estrellas de mar. Las eligen, las clasifican. Y empiezan otro juego. Todo ocurre mientras hombres y mujeres, sin distinción de sexo ni de fuerza, descargan de los barcos los cajones negros con aquello que han sacado del agua.

Cuando el sol comienza a descender sobre ese mar patagónico que parece aún más inabarcable y profundo, sólo quedan en la playa las marcas de la jornada de trabajo. Las huellas de los tractores surcando diversos caminos a lo largo del terreno, las marcas de los sitios donde se apilaron los cajones de mariscos, los vestigios de los dibujos que algunos niños trazaron sobre la arena y que se van borrando con el movimiento constante del agua. Unas pocas familias pernoctan en Playa Larralde, las demás se despiden hasta la mañana siguiente cuando el motor de los tractores y de las embarcaciones indica el inicio de un nuevo día de pesca, siempre y cuando, el viento se los permita. “Acá el único jefe es el mar y el viento”, dice uno de los pescadores mientras termina de limpiar su barco. Del otro lado del alambrado, la discusión es sin dobleces.

“Está muy descontrolada la pesca artesanal, no hay una fiscalización sobre la actividad. Eso lo debería hacer el Estado porque todo eso impacta en el recurso. Esto lo digo por conocimiento de causa, porque los conozco a todos los que son pescadores artesanales. Son tipos con una personalidad fuerte, vos le decís que no y te insisten el doble y le decís que no de vuelta y te insisten el triple. El Estado les da los permisos sin saber si van a dañar o no el área, si van a hacer una depredación de una especie o no. Larralde, que está dentro del campo, ha sido un lugar que podría estar mucho más ordenado. Muchísimo más ordenado. Podría ser un ejemplo de pescadores artesanales que están dentro de un patrimonio natural de la humanidad. Les podrían haber bajado recursos a un montón de ONG para que ese lugar fuese otra cosa. El privado también podría aportar, yo me he juntado con el Estado para darle lugares y espacios, pero siempre dicen que no hay recursos”, cuenta Alejandro Ferro.

En Península Valdés hay cerca de 54 productores ganaderos. Los principales propietarios y por ende productores, son los miembros de la familia Ferro. Poseen 40 leguas contra 3 que poseen los demás dueños de campos. Los alambrados que delimitan la propiedad anteceden a las leyes que dieron origen al Área Natural Protegida y a la denominación de Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO, y esa es una explicación reiterada cuando se consulta sobre cómo se explica que una región con estas peculiaridades, en un 90% esté en manos de privados. La Subsecretaria de Conservación y Áreas Protegidas de Chubut, Nadia Bravo, indicó que está situación ocurre debido a la historia de ocupación y propiedad de la tierra en la región. A lo largo del tiempo, se han establecido campos privados que abarcan áreas que ahora son parte del área protegida. “Es el problema más complejo que nosotros atravesamos hoy, porque el área protegida está creada dentro de campos privados. Entonces los intereses y los resguardos que cada propietario quiere tener en su propiedad, más el pescador artesanal que quiere venir a pescar, más el turismo, son un montón de cosas y de puntos que nos cuesta mucho compaginar”.

La pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península ValdésLa pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península Valdés

Esta particularidad, ha llevado a que la gestión de la Península Valdés se complique, ya que los intereses de los propietarios privados deben ser considerados en la planificación y ejecución de políticas de conservación y manejo del área. Y del otro lado, las autoridades también tienen en consideración al sector, aunque en menor escala, pero que tiene impacto en la economía regional a través de este tipo de pesca. “La creación del área protegida dentro de estos campos privados ha generado tensiones y conflictos de intereses entre los propietarios, los pescadores artesanales, el turismo y otros sectores”, señalan desde el Ministerio de Turismo. La negociación llegó de la mano de la madre de Alejandro Ferro quien habilitó dentro de sus propiedades, unos caminos de servidumbre para que circulen los pescadores. Una tensa calma es lo que se vive por el momento.

Los conceptos parecen colisionar más que convivir: un patrimonio de la humanidad, pero sobre propiedad privada. El desafío es gestionar esa realidad donde hay intereses contrapuestos sobre la administración de una tierra privilegiada, de un paraíso natural. El Estado cumple un rol preponderante, porque es quien tiene la responsabilidad de ordenar la gobernanza del lugar donde las diversas actividades se desarrollen de acuerdo a una normativa que garantice la sostenibilidad y conservación de la zona. Las autoridades coinciden en remarcar que se debe actualizar el Plan de Manejo que hace quince años no se revisa.

El valor de un plan de manejo radica en su capacidad para establecer directrices claras sobre cómo se debe gestionar un área protegida. “Este plan permite definir qué actividades son permitidas y cuáles no, asegurando así la conservación de los recursos naturales y la biodiversidad del área. Además, el plan de manejo proporciona previsibilidad para todos los actores involucrados, incluyendo la fauna, la pesca, la ganadería y el ambiente, facilitando la coordinación entre diferentes intereses y sectores”, analiza Nadia Bravo, siempre en un tono firme, convincente. No le tiembla la voz a la hora de discutir, sea con propietarios de campos como con los pescadores artesanales, entiende que su función los trasciende, pero que a su vez los necesita como actores intervinientes, porque coexisten al tiempo que chocan por sus intereses. Justamente, la funcionaria interpreta que un plan de manejo también ayudará a mitigar conflictos y permitirá regular el uso de los recursos, “ya que establece un marco para la toma de decisiones y la implementación de programas específicos que deben ejecutarse para que la gestión del área funcione adecuadamente”. Algo queda expuesto en este conflicto con historia: la falta de control y monitoreo por parte del Estado ha permitido que algunos actores actúen sin considerar estas regulaciones, lo que subraya la importancia de un plan de manejo efectivo y su implementación rigurosa.

La pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península ValdésLa pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península Valdés

“El Estado se corrió, no apoya la pesca artesanal, pero tampoco gestiona ni ordena las reglas”, reflexiona José Azcorti que si bien ya no se embarca para marisquear, está vinculado a la actividad a través de una planta de procesamiento del recurso marino. Cree que la organización sindical de los pescadores artesanales es un camino que debe transitarse sin declinar, pese a los peligros que afronta la actividad. “Mientras siga siendo rentable se va a mantener esa cadena generacional, pero se fueron muchos chicos de la actividad y hoy se redujo mucho”, dice con pesar y vuelve a rememorar los tiempos en los que se creó la pesca artesanal como respuesta a la enorme depredación que generó la pesca rastrera, que barría con todo lo que se encontraba en el fondo marino. Vuelve a los principios de la actividad que ejerció durante más de tres décadas: el sentido de pertenencia que construyó esta pesquería en la región.

“La Asociación de Pescadores Artesanales de Puerto Madryn (APAPM) tiene la convicción de que es importante generar la oportunidad para la comercialización de nuestros productos, a precio justo. Promover prácticas sustentables para las nuevas generaciones de pescadores (…) Avanzar en estrategias de producción sin poner en riesgo el entorno, minimizando el factor de incertidumbre que caracteriza a las pesquerías artesanales”, versa la información oficial de la organización sindical. Es una suerte de mantra, de carta de principios. Aquello que quieren difundir para que los jóvenes de la región que se sienten atraídos por el mar y lo que proporciona, vean en la pesca una posibilidad. Emmanuel Delgado es joven. Pisa los 25 años, pero sus manos, las que utiliza constantemente cuando habla, dándole ritmo a las palabras, son grandes, curtidas, fuertes. Parecen añejas, como si le pertenecieran a un hombre de mayor edad. Se lo atribuye al trabajo que hace con las redes, ese movimiento constante de lanzar y arrastrar que demanda fuerza, que se sobrepone a las bajas temperaturas, al agua.

Una mujer bajo agua

Anahí De Francesco es la segunda mujer que se dedica a la marisquería por buceo. Era muy chica cuando le pidió a su papá que le enseñe. Luis, admite que no tuvo más opción ante una niña determinante, con carácter manifiesto. Todo eso queda expuesto cuando se la ve descender de la embarcación en Playa Larralde y a la par de la tripulación, comienza a bajar los cajones cargados de vieiras. Se desenvuelve con naturalidad en el mar, como su pequeño hijo que juega sobre el producto extraído, corre intrépido alrededor del bote de color amarillo, se trepa a él, lo recorre. La arena, el mar, los mariscos, todo les es familiar desde temprana edad, como ocurrió con Anahí y sus hermanos. Trabajan juntos. Navegan juntos. Bucean, también, juntos. Son cerca de las cinco de la tarde, el aire fresco se hace sentir. A lo lejos se observa la embarcación que se viene abriendo paso en el mar que comienza a tener un poco de oleaje. Cuando quedan pocos metros para llegar a la costa de Playa Larralde, el tractor se pone en marcha y se acomoda para recibir el bote de la familia De Francesco y llevarlo a tierra. Anahí (35) sobresale en esa tripulación: es la única buceadora. No sólo en ese espacio reducido, sino en la amplitud de esa costa. Fue de las primeras y de las pocas que se dedican a la pesca artesanal. Lleva el traje de neopreno hasta la cintura, tiene calor aunque haya estado una hora y media a 17 metros de profundidad con el agua a 9 grados.

Anahí De Francesco, la segunda mujer en dedicarse a la pesca artesanal. Anahí De Francesco, la segunda mujer en dedicarse a la pesca artesanal.

Desde la embarcación denominada “Fliper”, suelta a su perro de raza salchicha, que inmediatamente demuestra sus dotes de buen nadador hasta que llega a la orilla. Ella se lanza al agua, no hay nada forzado en sus movimientos, es su hábitat. El primer saludo explosivo que recibe es el de su hijo más pequeño, de tan sólo cuatro años, que corre a su encuentro. Juegan unos pocos minutos, a ella le queda mucho trabajo por delante. El pedido de los cajones incluye separar una gran cantidad para entregarlos limpios. Esa tarea la realiza sentada a los pies del barco, revisando marisco por marisco, tan artesanalmente como la forma en la que los extrajo del mar. Me invita a sentarme a su lado, mientras trabaja sobre esos cajones, charla. Primero tímidamente, con respuestas más escuetas, pero a medida que pasan los minutos gana confianza. No es la primera vez que le preguntan por la tarea que realiza: fue reconocida a comienzos de 2024 por ser la segunda mujer en dedicarse a la pesca artesanal.

No tiene miedo, es lo primero que admite. En esa poca elocuencia que la caracteriza, hay algo sobresaliente: su pasión por el mar, por la pesca, por subirse cada mañana al bote que la llevará lejos de la costa para cumplir con su tarea. Admite que son dueños de lo que pescan, sólo por unas horas. Después inicia el circuito de distribución y venta. Todo funciona a pedido. Ya tienen compradores antes de dejar tierra firme. Mientras les quita a las almejas el excedente de barro, recibe los mates que su madre le ceba. Todos cumplen un rol en la estructura familiar. Su hermano que bucea también, corre unas redes del lugar. Su cuñado acerca la camioneta para poner en la caja de la misma los cajones de mariscos y acercarlos al camión con refrigeración que los sacará de Playa Larralde. Nadie pierde el tiempo, en pocas horas deben resolver todo. “Lo recomendable después de bucear es no realizar tareas físicas pesadas, pero acá eso es imposible, todos hacemos todo”, dice con una sonrisa amplia.

La pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península ValdésLa pesca artesanal, una de las historias que relata el libro sobre Península Valdés

No hay roles asignados ni distribución de tareas, se entienden prácticamente sin hablar. Les resulta tan natural esa rutina, seguramente porque Luis, el padre del clan De Francesco, dedicó más de treinta años a la marisquería por buceo, y aún lo hace. Ese día Anahí salió a las seis de la mañana. Pisó tierra firme después de las 17. Está cansada, no es necesario que lo diga, pero es frenética en sus movimientos, tiene fuerza en sus acciones. Su piel, sus manos, tienen las marcas del trabajo que realiza. Hace una pausa para tomar otro mate, mientras observa a su hijo jugar en el barco. Inquieto, sonriente, enérgico, el niño no se detiene y desde la proa se lanza al agua sin temor, confiado de que el mar no lo dañará. “Todos hacemos todo como ves, la pesca artesanal es otro mundo, uno de mucha libertad donde el mar te atrapa y no lo soltás más. Es un trabajo sacrificado, pero muy satisfactorio, no estás bajo dependencia, no es rutinario, no me imagino en otro lugar”, dice mientras continúa limpiando las almejas. Me dio curiosidad saber cómo se abrió camino en ese mundo regido por hombres, ellos impusieron las reglas, las formas.

Mientras conversamos, las embarcaciones que van llegando a la playa tienen un común denominador: de todas ellas descienden exclusivamente hombres. “No me costó adaptarme porque me crié con cuatro hermanos varones. Siempre crecí mirándolos y siempre tuve en claro que no quería defraudar a mi padre, todo fue con mucho coraje. Todos arrancamos a trabajar con él. Él nos enseñó todo, un día me dijo “ésta es tu manguera, es tu vida, dos tirones y es la indicación para subir”. Cuenta esa charla iniciática en la pesca artesanal, entre risas, deja entrever que hubo algo de salvaje en esa breve explicación y mucha valentía de su parte porque nunca lo dudó, se sumergió y comenzó a dar sus primeros pasos, sumergida en el mar.

El sol descendió, la playa es un lugar con un frío palpable. Anahí sigue limpiando cajones de mariscos, su hermano dueño de la embarcación la limpia con frenesí. El esposo de la joven buceadora sigue descargando cajones. A pocos metros llega Luis, tripulando uno de sus botes. Esa tarde prefirió no bucear, descendió uno de sus hijos. Reconoce que sus años de trabajar a casi veinte metros de profundidad, ya pasaron. “Es una actividad sufrida, muy dura, porque es una actividad que arranca en el invierno, por las condiciones climáticas de la zona que son muy favorables. Cuando los trajes para bucear tienen unos dos años, ya te entra algo de agua, lo vas parchando pero se afinan, con la presión del agua, quedan finitos. Entonces, si tenés que descender más para encontrar el marisco y estás más de una hora, tenés que descomprimir media hora y ese tiempo es terrible. Salís tiritando. Pero si no descomprimís bien, los riesgos para la salud son enormes”, explica. Siempre buscó respetar los tiempos que demanda cada cosa en su trabajo.

En el rincón de Península donde pescadores y dueños de los campos disputan la tierra, sobresalen unos enormes huesos que se hunden en la arena. Son hipnóticos. Tienen más de dos metros de altura, son costillas de ballena y están ubicadas de tal manera que forman un arco que sobresale en el paisaje rodeado de acantilados. Hay otros restos óseos que le otorgan al lugar un aire de extrañeza y particularidad, como todo lo que allí ocurre. Las huellas de los tractores quedaron en la playa, superpuestas, exponiendo el movimiento intenso que hubo desde temprano. Cuando atardece, todo es quietud. Hasta que, al día siguiente, si el viento y el mar los habilitan, los pescadores volverán a su riguroso ritual: mover los barcos, introducirlos en el mar, adentrarse en el mismo hasta encontrar el lugar en el que comenzará a descender hasta llegar al manto de mariscos, llenar los cajones para emprender el regreso y dar continuidad, a esta actividad que se traspasa de generación en generación, y que sigue apostando a una economía sustentable, comunitaria, familiar como lo fue en sus orígenes

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