En Córdoba, una vez más, los incendios se tornan incontrolables. Observar cómo se extinguen los ecosistemas (flora y fauna) por un lado, y las casas de las personas por otro, provoca desazón por lo que sucede e incertidumbre frente a lo que vendrá. Aunque más de 800 bomberos y brigadistas intentan controlarlo, el viento –que en algunas jornadas alcanza los 80 km/h– y la ausencia de lluvias complican la realización de un manejo adecuado. Las autoridades gubernamentales, mientras tanto, no resuelven una situación dramática. De hecho, el presidente Javier Milei recién visitó las zonas afectadas luego de una semana del inicio del conflicto.
Hasta el momento, el fuego ya se tragó 40 mil hectáreas y afectó zonas cómo San Clemente, José de la Quintana, La Cumbre, Capilla del Monte, San Esteban y Los Cocos. Como resultado, quienes habitaban la región debieron ser evacuados para no correr la misma suerte que sus inmuebles. La especulación financiera de los negocios inmobiliarios y la actividad ganadera también tienen su responsabilidad, ya que se degradan zonas a propósito para luego tener un pretexto para su cambio de uso. Sobre esto responde Giardini en esta entrevista con Página/12.
–¿Qué diagnóstico realiza de la situación de los incendios en Córdoba?
–Se queman bosques y pastizales, zonas rurales y casas, humedales y pastos naturales, se quema de todo. Si bien en este último tiempo se perdieron 40 mil hectáreas según la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, en lo que va del año se quemaron 69 mil, algo así como cuatro veces la Ciudad de Buenos Aires. Más allá de la cantidad de focos, estamos en una situación de sequía producto de La Niña que ya arrancó en Sudamérica, que se combina con altas temperaturas (más de 30 grados) y mucho viento. Esa confluencia hace que lo que podría haber sido un incendio de pequeña magnitud, se expanda mucho más.
–¿Qué hipótesis se baraja sobre el origen de este fuego?
–Hay que investigarlo, pero te puedo decir que en el 95 por ciento de los casos, el inicio es humano. Desde un asado o una fogata mal apagada, la colilla de un cigarrillo, así como también, la negligencia por parte de los productores agropecuarios cuando queman pasturas.
–¿Qué rol juegan los negocios inmobiliarios?
–Diría que hay dos motivos estructurales. Por un lado los productores agropecuarios queman el pasto abajo del monte con el objetivo de conseguir un rebrote veloz de la pastura. Si lo hacen en una época de sequía, el riesgo de que el fuego se expanda es enorme. Por el otro, hay gente que quema zonas en las que no tiene permisos de desmonte; de esta manera, como no puede desmontar, si se quema, se quema. Es parte de una especulación inmobiliaria relacionada al desarrollo de nuevas zonas urbanas. En el caso de Córdoba, aún no está claro. Habrá que investigar dónde arrancó el foco.
–La crisis climática también lo agrava todo.
–La crisis se produce, en parte, por la gran deforestación a nivel global; un problema del que Argentina no está exenta. Gracias al calentamiento global, fenómenos como La Niña que en esta parte del mundo genera sequías, en vez de suceder cada cinco o seis años, resultan mucho más frecuentes. Casi que no tenemos años considerados “normales”.
–¿Qué respuestas ofrecen las autoridades gubernamentales para combatirlo?
–Tanto en Córdoba como en el resto de las provincias, la cantidad de brigadistas para atacar rápido cualquier incendio es baja. Más allá de que el gobierno nacional debería colaborar en caso de necesidad a través del Servicio Nacional del Manejo del Fuego, los recursos naturales corresponden a cada jurisdicción provincial. En esta oportunidad, como en otras, están viajando a ayudar brigadistas de todas partes del país. Cuando el incendio adquiere la magnitud que tiene el actual, lo que se trata de hacer es controlarlo a partir de cortafuegos, porque apagarlo en sí ya no es tan fácil. La idea es que no se expanda y se apague en un perímetro interno. Dependemos de la lluvia.
–¿Solo la lluvia apagaría, entonces, un fuego como el de Córdoba? ¿Las avionetas no sirven?
—Las avionetas sirven para demostrar acción, pero terminan siendo más útiles al enfriar áreas para que los brigadistas puedan actuar, que para apagar el fuego en sí. Es como si quisieras apagar tu casa incendiada a partir de un vasito con agua. Entonces, se puede decir que sí, en este momento y en nuestro contexto, lo único sería la lluvia. Hubiera sido mejor disponer de un sistema de alerta temprana y un protocolo de acción rápido para controlar los primeros focos. Eso es lo que suele fallar en casi todos los casos. Se necesita más presupuesto y recursos humanos a nivel nacional y provincial, para no depender del viaje de los brigadistas de diferentes partes del territorio nacional. Si mañana llegamos a tener, en paralelo, un fuego en la Patagonia, sería imposible afrontarlo con los recursos escasos. Ante esta situación, nuestros poderes deberían encontrar soluciones más allá del presupuesto.
–¿Cómo cuál?
–Habría que trabajar sobre la necesidad de incorporar como delito penal la destrucción del bosque, ya sea con desmonte o topadora. El sistema de multas no alcanza.
–¿Por qué?
–Porque una persona cualquiera puede desmontar su bosque y recibirá una multa, sanción que no repara el daño sobre el ecosistema; que recién se recuperará en 50 años con suerte. Además, si la multa es baja la pagan y la incorporan como parte del presupuesto de su proyecto, ya sea agropecuario o inmobiliario. Si es alta, ponen abogados y no la terminan pagando. El expediente termina naufragando y nunca pasa nada. La Ley de Bosques indica que cada provincia debe asegurar la restauración de cada bosque que se transformó mediante un incendio o desmonte ilegal. Pero, como te podés imaginar, no pasa nada. No se cumple.
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